Miércoles 02 de septiembre de 2015 | Publicado en edición impresa
Llamémoslo acto reflejo. La decisión tiene algo de impulsivo, un componente vagamente involuntario. Cierto conocido servicio de streaming estrena una serie y la sobria noticia basta para activar la curiosidad. Aunque no soy un idólatra de esa clase de propuestas (llego siempre tarde, cuando la mayoría de mis conocidos terminó de verlas), me lanzo al experimento de echarle una ojeada apenas me queda un rato libre. Quizá tenga así por fin el subterfugio para una conversación actualizada.
Narcos está basada en casos reales, según se anuncia, y tiene en su primera temporada como antihéroe a Pablo Escobar Gaviria, algo que está lejos de ser novedoso. El año pasado una extensa telenovela colombiana, El patrón del mal, se transformó en un inesperado boom televisivo y devolvió a los primeros planos al desaforado jefe del poderoso cartel de Medellín, una figura hecha a medida para ese género regional tan distintivo: el culebrón latinoamericano. ¿Podría agregar una versión de otro cuño algo a ese retrato? Pulso con inocencia el play que da inicio al primero de los diez capítulos, disponibles en bloque (he ahí una diferencia entre el streaming y la expectativa televisiva). Después de una brutal escena introductoria, nos recibe un amable bolero, que oficia de cortina. La narración tiene como guía la voz de un agente de la DEA (Steve Murphy) que arriba a Colombia para realizar su previsible trabajo. La perspectiva no es particularmente simpática. Menos todavía lo es que para explicar las desmesuradas acciones de Escobar se recurra al lugar común de asociarlas con el realismo mágico de García Márquez. Pero la cinta (valga el anacronismo) tiene ritmo y está impecablemente filmada. Otro detalle a favor: mayormente se habla en castellano, algo inusual en una producción norteamericana. Cuando termina el capítulo, una leyenda anuncia que el próximo episodio se reproducirá automáticamente en 15 segundos.
Vuelve el bolero. En la segunda entrega, Escobar amplía su espectro de acción. El agente de la DEA (con su compañero Peña) sigue el rastro de los narcos. Por ahí aparecen los terroristas del M-19 y la espada de Simón Bolívar. Hay una rareza que por momentos incomoda: el actor principal, Wagner Moura, aprendió español para la serie y Escobar arrastra un acento con notas distintivamente brasileñas, que contrasta con la entonación antioqueña de Andrés Parra, el actor que encarnaba a Escobar en la serie televisiva. También el siguiente episodio, anuncia la pantalla, se reproducirá en 15 segundos. Hago cálculos horarios. El cebo del final me conduce a la siguiente etapa. Se produce un punto de inflexión en ese tercer capítulo. Escobar decide presentarse como candidato a congresista. Aparece en escena Rodrigo Lara Bonilla, el ministro de Justicia, que pronto tendrá el destino que consignan las crónicas periodísticas. A la mirada un poco paternalista sobre Colombia, se suman críticas a la estrechez de miras de Reagan. 15, 14, 13 segundos. A diferencia de las tramas originales que no se basan en hechos verídicos -como las de Breaking Bad o de True Detective, por citar ejemplos recientes-, sabemos bastante de las aterradoras y muy concretas peripecias de Escobar. La versión de Narcos dirigida por Andi Baíz apela, sin embargo, a un puñado de compresiones que trastocan el orden de algunos acontecimientos históricos. Todo sea en aras de la fluidez del relato, el puntal de toda serie que se precie.
Cuando ya voy por el sexto capítulo en fila, busco algo que justifique mi tenaz papel de espectador. Pienso en Guillermo Cabrera Infante -gran escritor cubano, a la vez que fervoroso crítico de cine- y su relato de las horas pasadas, película tras película, en la oscuridad de las salas. Tal vez la experiencia delante de una pantalla casera no difiera tanto, me digo, de la pasión de un cinéfilo de la vieja escuela. Hay algo distinto, contra todo. Sólo metafóricamente podría hablarse de adicción, una palabra que conviene reservar al juego, al alcohol o al veneno que traficaba Escobar. Lo que pulsa en la gran rueda narrativa de las series es una invitación al comportamiento compulsivo que -en este caso- la cuenta regresiva ayuda a espolear todavía más. Después de una larguísima tarde, logro por fin bajarme de la calesita, aunque bien sé que mañana me volveré a subir para llegar al final de la historia. Me reservo ese final, por supuesto: nada hay peor que un spoiler..