02-05-15 | Opinión | Clarín | Nacionales
Un gobierno entre la mentira y el narcisismo
El espectáculo no fue original, pero sí fue similar en su patetismo: el festejo de la derrota electoral del domingo pasado, encarado por el kirchnerismo, fue semejante al impuesto por la Presidente en octubre de hace dos años, luego de los magros resultados de la elección parlamentaria. A la inversa de 2013, no hubo expresiones de pasmo, de tristeza, ni siquiera de estupefacción o de aturdimiento, salvo algún gesto adusto del gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli. Pero en Scioli ya cuesta descifrar sus gestos adustos, de los de asombro y de los de coincidencia entusiasta. Más que desconcierto, el domingo hubo en el comando del FPV y de La Cámpora, festejo con bombo, platillo, bandera y vincha por haber alcanzado un proclamado segundo puesto que, en la práctica, ni siquiera llegó al arañazo.
Así fue como esta democracia anómala y por poco casi indiferente, fue testigo de otra gran mentira del Gobierno llevada adelante por orden presidencial: la de festejar a pesar de la derrota para demostrar que, por más que los votos digan una cosa, la convicción militante dice otra. Es una ecuación que, en otros tiempos, condujo a la tragedia pero que, parece, al Gobierno no le da malos resultados: sigue la lógica extraordinaria del personaje de una novela del mexicano Carlos Fuentes que, días pasados, recordó el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti: “La gente juzga más por lo que ve, que por lo que comprende”. La Presidente reafirmó esa teoría luego de la derrota, con su discurso por cadena nacional en el que no mencionó los resultados y remitió en cambio al éxito de un menú de dudoso contenido nutritivo que, dice, reina en la mesa de los argentinos, compuesto de jamón y de salchichas. Ahí queda eso.
¿Qué lleva a un gobierno a sostener una mentira en beneficio de ninguna verdad? Es un dilema ético, moral y, de proseguir la tendencia, psicológico. Un viejo batallador de elecciones capitalinas lo puso blanco sobre negro el mismo domingo de las elecciones en Capital: “Supe que al FPV le había ido como la mona cuando vi a Aníbal Fernández, eufórico, asegurar que eran segundos”. Aunque la mentira esté incorporada ya como un elemento más de la política, una forma de hipocresía, ¿hay o no un límite para las mentiras que proclama el poder? ¿Hay una frontera ética, moral, psicológica para la mentira institucional? ¿Es una herramienta legítima o “un vicio maldito”, al decir de Montaigne? ¿Es una picardía o “una bajeza y una agresión, una sucia falta de respeto y una ruptura de la primera regla de la convivencia entre humanos: decir la verdad”?
Las palabras anteriores pertenecen al escritor español Javier Cercas, autor de “El Impostor”, sobre la vida de Enric Marco que se hizo pasar en España por combatiente republicano en la Guerra Civil, por perseguido del franquismo y enviado a un campo nazi de concentración, por refugiado y perseguido político, que llegó a ser cabeza de la central gremial anarquista CNT y que convenció a todos de todo hasta que se descubrió que todo era mentira. Cercas sostiene que Marco hizo lo que hizo cuando, ya muerto Franco, “todo el mundo estaba en España adornando o maquillando su pasado o inventándoselo”, lo que transforma, a Cercas, en un escritor importuno que proyecta en la sociedad los males que exhiben sus líderes. El espejo que muestra Cercas, que presentó ayer “El Impostor” en la Feria del Libro, induce a preguntar si la sociedad, víctima de las mentiras de un Gobierno que falsificó los datos del Indec, alteró los índices de desempleo, acomodó a su antojo el pasado y la defensa de los derechos humanos y falseó los datos sobre la pobreza hasta que prefirió admitir que los ignoraba por ser un estigma, entre otras trapisondas, no es, esa sociedad, víctima supuesta, cómplice pasivo o partícipe activo de las grandes mentiras y ocultamientos que engarza el poder, por los que un resultado electoral notoriamente adverso se transforma en una euforia indómita y en una exaltación obstinada de las bajas calorías.
Cercas traza un perfil del mentiroso público, y también del privado, al que califica de narcisista, y asegura que quien inventa una ficción, lo hace para ocultar su realidad, “la inmundicia absoluta de su vida, su mediocridad y su vileza, el perfecto desprecio que siente por sí mismo”. Y traza un perfil del narcisista de manual, así lo califica, que es también un retrato de figuras emblemáticas que han rondado y rondan el mundo de la política y del poder, también en la Argentina, país que Cercas no conoce, o al menos no en la profundidad y amplitud que conoce el suyo.
Dice Cercas del narcisista: “Se caracteriza por su fe ciega y sin motivo en la propia grandeza, por la necesidad compulsiva de admiración y por la falta de empatía. El narcisista posee un sentido exagerado de la propia importancia, practica el autobombo sin pudor, a todas horas y con cualquier excusa y, haya hecho lo que haya hecho, espera ser reconocido como un individuo superior, admirado sin resquicios y tratado con unción. Además de tender a la arrogancia y a la soberbia, cultiva fantasías de éxito y poder ilimitados y, reacio a ponerse en la piel de los demás, o incapaz de hacerlo, no duda en explotarlos, porque considera que las normas que rigen para ellos no rigen para sí mismo. Es un hombre sediento de poder y control, casi blindado frente al sentimiento de culpa. (…) El narcisista vive en la desolación y el miedo, en una inseguridad crónica disfrazada de aplomo (incluso de soberbia o altanería) en el filo del abismo de la locura, aterrado por el vacío vertiginoso que existe o intuye en su interior, enamorado de la ficción embellecedora que ha construido para olvidar su realidad repelente (…)”
¿Trazó el novelista español, sin saberlo y con mucha anticipación, el retrato a carbón de lo que ocurrió con La Cámpora en el búnker del FPV hace casi una semana? Si lo hizo, no era su propósito cuando escribió “El Impostor”.Casi sin importarle cómo, la sociedad ya piensa en el país que viene, en la dura crisis económica que se avecina y que se anticipa por ahora en voz baja, y en la difícil transición que irá de hoy en más hasta diciembre, cuando asuma el futuro gobierno. El ex presidente uruguayo Julio Sanguinetti puso esa realidad en pocas palabras durante la jornada sobre Democracia y Desarrollo celebrada el martes en el Malba. Dijo: “La transición, es una administración de sentimientos entre la ansiedad de los que vienen y el temor de los que se van”.
Por Alberto Amato